El primer Teatro Colón fue abierto el 24 de abril de 1857 en el predio que hoy ocupa el Banco de la Nación Argentina, frente a laPlaza de Mayo. Son las instituciones y su gente, más allá de los edificios que los albergan y de sus inevitables influencias, las que cuentan para la historia. Un siglo y medio de tradición operística es la que tiene en su haber el Estado de la Ciudad de Buenos Aires, y esto no es poco.
Claro que en un siglo y medio las condiciones políticas y económicas cambian, y esto va jalonando ese gran derrotero histórico con períodos que ostentan rasgos singulares.
Aquel viejo Colón estaba llamado a apagarse un 13 de septiembre de 1888, para dar paso a un emprendimiento estatal de mayor calibre, que desembocó, veinte años después, en el actual edificio de la calle Libertad. Entre medio, la crisis de 1890 y sus coletazos impidieron la inauguración de la nueva sala para el 12 de octubre de 1892, a 400 exactos años del descubrimiento de América.
En los veinte años durante los cuales el Colón no tuvo vida, el Teatro de la Ópera, sito en el mismo solar que el actual de la avenida Corrientes, fue amo y señor de las temporadas porteñas. Claro que lo acompañaban un mercado creciente por la inmigración, reflejado en una competencia intensa de parte del Politeama, el Odeón, el Teatro Comedia, el Teatro Marconi, el Avenida, a los que se sumaría en 1907 el Coliseo, sin perjuicio de salas menores como el Mayo o el Zarzuela.
El nuevo Colón nace, entonces, aquel 25 de mayo de 1908, como un teatro más, si se piensa que el Opera ofreció ese mismo año 14 óperas en 54 funciones, con elencos superiores a los improvisados del que entonces aún no era el primer coliseo. La nueva sala estatal, concebida como un teatro de concesiones bajo la supervisión de una comisión municipal, nacía a destiempo, en un mercado donde se derrumbaba la mayoría de las salas no ha mucho exitosas.
Primer reto para el Colón: sobrevivir en un mundo que había cambiado las reglas. Y es el Estado el que viene a salvar al Colón. En 1925 abre una nueva etapa al crear sus cuerpos estables: la Orquesta, el Coro y el Ballet, ante la imposibilidad de contar siempre con elencos extranjeros completos. Pero la paradoja no tarda en aparecer: entre 1925 y 1930 se volverá a un régimen de concesiones para la temporada principal o de invierno, mientras la municipalidad se hará cargo de una breve temporada de primavera.
Será sólo en 1931 cuando se plasme la municipalización, la que hasta entrada la Segunda Guerra Mundial logra una de las etapas más estables y fructíferas del Teatro, que comienza a casi reinar solo en el mercado al que se dirige.
Los elencos internacionales eran cada vez más complicados de contratar por la guerra, y esto arrojó resultados disimiles según los casos. Para el Colón, fue el incremento de artistas nacionales que, al provenir de diversos orígenes, rompieron distorsiones propias de la tradición italiana, que imponía esa lengua para todo tipo de óperas, costumbre que en el Coro tardó mucho en erradicarse.
Entonces las agendas y los cachets de los cantantes internacionales no eran tan exigentes como los actuales, ni mucho menos. Los directores artísticos viajaban a Europa o Estados Unidos para comprometer a los artistas, que sólo eran formalmente contratados dos o tres meses antes con el presupuesto aprobado, costumbre que hoy la realidad hace inviable, económica y prácticamente.
En 1961 se establece por ordenanza un nuevo esquema funcional, que persistirá hasta la década de 1990: un directorio integrado por directores general, artístico, técnico y administrativo.
Aparece así una pendularidad en la historia del Teatro que es propia de la historia del país: un nacimiento en crisis (1908-1930), con la creación intermedia de cuerpos estables (1925), una primera época de oro con la Municipalización (1931-1943), una segunda crisis (1943-1960) y una nueva época dorada, que se iría agotando gradualmente hasta finalizar la década de 1980. Cabe destacar que en 1957, cuando el Teatro se aprestaba a celebrar sus cincuenta años, un sacudón institucional generó la suspensión de la temporada (que comenzó en septiembre de ese año), hecho que determinó la necesaria reorganización posterior.
En 1968 se proyectó la ampliación del Colón, que se construiría bajo tierra y a un costado del antiguo edificio, evitando así modificar su valiosa arquitectura. El diseño estuvo a cargo del estudio Mario Roberto Álvarez y Asociados, y fue pensado para concretarse aprovechando el tiempo de seis recesos de temporada consecutivos. La obra significó la refacción y re-equipamiento de la sala, el escenario, camarines y talleres; y la construcción del anexo subterráneo bajo la Plazoleta República del Vaticano (que fue transformada en un estacionamiento), adonde funcionarían más talleres, depósitos y salas de ensayo.
El Colón sobrevivió a los sacudones de 1973 y se mantuvo como un teatro internacional hasta mediados de la década de 1980, que concluyó en 1988 con el cierre parcial del Teatro, sustentado en la necesidad de reformas técnicas, pero alentado por una sociedad que sufría una arrasadora hiperinflación.
Para ese entonces, aún no se advertía con claridad los cambios que en el mundo sufrirían las instituciones dedicadas al arte lírico. El Estado tendería a resignar su responsabilidad en el sustento de grandes burocracias teatrales; tendería, como en el caso delMetropolitan, a la búsqueda incesante de patrocinios; los cantantes aumentarían sus retribuciones hasta límites impensados (hoy un comprimario cobra más que una primera figura en los 70), y las agendas harían imposible sostener un teatro con elencos internacionales que no contrate por lo menos con tres años de anticipación.
A fines de los 90, tras una década de brillo y actualización, con grandes voces y la creación del Centro de Experimentación, se abriría un nuevo período de inestabilidad cuya prueba es la sucesión de diez gestiones en la última década del teatro, en un promedio similar a la sucedida en los años 40. También en ese año nace en Buenos Aires un circuito privado de ópera inimaginable años atrás.
El Colón ya deja de estar solo, y la merma de elencos internacionales comienza a homologar sus propuestas con las de entidades privadas que sostienen temporadas hasta hoy. Este nuevo rasgo no hace más que afianzar otra lección de la historia: cuando las guerras hicieron imposible el recurrir a compañías o artistas extranjeros, fue la ocasión propicia para el surgimiento de una pléyade de artistas argentinos que, desde siempre, sostuvieron al teatro. Hacer nombres sería una injusticia, porque es imposible no incurrir en omisiones.
La historia demuestra que una institución como el Teatro Colón siempre ha logrado superar los avatares de la gran historia en la que está inserto, como ente vivo que es y seguirá siendo, porque la capacidad de adaptarse a nuevas realidades está en su propia partida de nacimiento.
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